martes, 12 de febrero de 2013

Un reclamo a la soberbia académica

Victoria Camps: “En la Universidad hay demasiada egolatría y perdemos al alumno”

Volcada en el estudio de la ética, Victoria Camps es una de las filósofas españolas de más predicamento

Retirada de las aulas, no renuncia a alzar su voz contra la corrupción

 
12 FEB 2013 - El País, Madrid, España
 

Jordi Adrià
 
Quizá fuera el primer libro que ganó en el colegio como un premio. Se titulaba No más caprichos y en él aparecía un demonio cada vez que en las viñetas la protagonista se mostraba impaciente o insoportable por algo. Después su madre se encargó de regalarle un título de referencia en fechas señaladas. El caso es que la vida ha llevado desde muy niña a Victoria Camps a decantarse por el estudio de la ética. Luego vino la rebeldía en mitad del franquismo, la universidad, el maestro Aranguren, su verdadero mentor, y una trayectoria como profesora que la convirtió en referente para muchos con obras como Virtudes públicas, Ética de la esperanza, Paradojas del individualismo, Los valores de la educación o ahora esta Breve historia de la ética (RBA), un esencial y más que certero resumen que abarca desde los clásicos hasta hoy. Puede servir como manual de vida y de práctica para que no se reproduzcan como un cáncer los casos que últimamente ensucian las esferas de la vida pública. Camps, retirada ya de la universidad, aunque activa conferenciante, no renuncia a alzar su voz en esta era donde los referentes de valores cívicos no encuentran demasiado espacio para fomentar la ejemplaridad.
Pregunta: Este libro le ha salido como un destilado de la ética. La esencia a través de la historia.
Respuesta: He procurado que fuera divulgativo; siempre eché de menos un libro que sirviera de base para quien necesita una síntesis y, como ya me he jubilado, he hecho una especie de recapitulación.
P: No está mal tampoco en estos tiempos para que lo lean ciertos personajes públicos de relevancia que parecen no tener idea del asunto y mucho menos haberlo estudiado.
R: La filosofía es una disciplina que viene bien como re­­flexión posterior a lo que se estudie. Y en el caso de la ética, una materia que se adentra en cuestiones que debería plantearse todo el mundo, no cabe duda de que abarca muchos ámbitos: la política, pero también la medicina, el periodismo, la ciencia… No viene mal saber qué es eso de la justicia, la equidad, el fundamento de las normas morales.
P: ¿Un gran compendio para aplicar sentido común al fin y al cabo?
R: Muchas veces lo decimos, que la ética es básicamente sentido común porque quizá una de las cosas que enturbian más el comportamiento social es que cada uno va a lo suyo. Intereses privados, egoísmo, se pierde de vista el interés público, el bien común. Desde la política, pero también desde la empresa, los mismos sindicatos, los bancos. El sentido común es sensible a esto.
La corrupción política en estos tiempos, ciertamente, da asco”
P: La virtud, como le gusta a usted decir.
R: La ética de las virtudes, que es por donde comienza todo, desde los griegos, siempre me pareció el gran déficit de hoy. Entender la ética como una manera de ser que implique la colaboración con el grupo es diferente a entenderla como un código. Eso nos lleva a detectar carencias. Lo que falta es honradez y voluntad para hacer las cosas bien. Para eso necesitas instaurar hábitos que nos hagan recuperar la virtud.
P: Me habla de que la ética no está de más en varias esferas, pero le ha faltado a usted comentar si en la Universidad andan bien provistos de ella. En ese ámbito también existe la lucha denodada por el poder y mucho ego, ¿me equivoco?
R: En todas partes… Aunque es de las instituciones, según las encuestas, mejor valoradas. Algo que a los que estamos dentro nos extraña un poco.
P: ¿Será porque apenas se conoce?
R: Será por eso o porque muchos piensan que la voluntad de transmitir conocimientos merece confianza. Quizá uno de sus mayores defectos sea la excesiva especialización y, bueno, un cierto afán de protagonismo, lo admito. Demasiada egolatría y quizá perder de vista al cliente, que en este caso es el alumno.
P: Leyendo su compendio, me planteaba lo afín que queda la ética a ciertos aspectos del arte como la música. La gran construcción de la ética colectiva está en la ilustración, como una búsqueda de la armonía clásica y luego todo se va destruyendo hasta caer en lo atonal con ciertos pensadores como Schopenhauer o Nietzsche.
R: Esa necesidad de equilibrar lo individual con lo colectivo es uno de los grandes dilemas de la ética. El valor de la autonomía y de la libertad individual ha sido lo más desarrollado, y a medida que eso evoluciona resulta más difícil hacer al individuo partícipe de lo colectivo, que piense en los demás, pero no cabe duda de que hay que tender a esa armonía y a un concepto de justicia que viene de los griegos. Al fin y al cabo, la ética busca lo universal. El relativismo absoluto, aunque suene a contradicción, es opuesto a la ética.
P: Pero el relativismo, tan zarandeado desde el propio Ratzinger, no deja de ser una conquista de la humanidad en el ámbito de las ideas. Si se puede esgrimir contra algo, es contra la moral religiosa y ahí es un avance.
R: No hay que confundir la pretensión de universalidad con el dogmatismo. Los grandes valores éticos deben tener ambición universal, pero para llevarlos a la práctica es necesario flexibilizar mucho. ¿Qué hacemos con el velo islámico? Ahí entra el relativismo si lo entendemos como una flexibilidad que depende de coyunturas. En la aplicación de la ética, el individuo, como decía Sartre, ha de ser un tanto creativo.
P: ¿Debemos tender a la creación de una ética colectiva ejemplarizante?
R: Los griegos ya planteaban el debate de si se puede o no enseñar. Y eso lo resolvieron concluyendo que sí, pero con la práctica. Significa aplicar hábitos de conducta para convivir en una comunidad. No es una teoría. Puede ayudar la teoría, pero no es su fin. Si queremos ser ejemplarizantes, cada uno debe crear su propia conciencia moral, sus límites, y eso es volver al terreno de las virtudes.
P: Santa palabra.
R: Ciertos límites no deben traspasarse por mera repugnancia. Y ahí entra la corrupción política, que ciertamente, en estos tiempos, da asco. Ahí la ética y la estética se encuentran, hay cosas que, insisto, dan asco y deberían ser rechazadas por todo el mundo.
P: Fíjese que ahora tenemos todas las modalidades, el mangoneo clásico, que puede ser el del ‘caso Bárcenas’ en el PP, y el posmoderno en el PSOE, con el caso de Carlos Mulas y Amy Martin…
R: Y además una chorrada, según como lo miremos, porque, aparte de que no se hace, lo inquietante es que no se sepa que se hace. Quien no se entera estando cerca se convierte en cómplice.
P: La corrupción, según usted, es tendencia natural.
R: Adam Smith lo decía, satisfacer los propios intereses.
P: Pero veía el egoísmo como algo positivo a la larga, porque revertía en la sociedad.
R: Esa idea es propia del liberalismo originario. Adam Smith, que era un tremendo moralista, decía que los vicios privados repercuten en la sociedad para bien, también por la propia competencia; pero eso ni económicamente es bueno, como hemos visto, ni menos socialmente; si no, no viviríamos las grandes desigualdades que padecemos en este momento.
Incluir mujeres en las listas es un cambio cuantitativo, no cualitativo”
P: Es complicado el predicamento de la ética con el propio comportamiento. ¿Usted cómo intenta ser consecuente?
R: Eso no me lo pregunte…
P: Claro que se lo pregunto.
R: El concepto de la ejemplaridad tiene su repercusión. Yo no me juzgo, eso les corresponde a los demás. Pero dentro de la labor de los filósofos va implícita esa coherencia. No podemos hablar del bien y la justicia y que nos pillen en un renuncio.
P: Usted además ha pasado por la política como senadora del PSC. En otra vida, digamos.
R: Sí, y no dejaba de sentirme un tanto incómoda.
P: ¿Por qué?
R: Por el modo en que se planteó: te llamamos a ti porque enseñas ética, como si eso fuera una panacea para arreglar todo, y no es cierto, porque para que la sociedad cambie deben cambiar sus miembros y tomar conciencia.
P: Ahí entraba una tentación dentro de los partidos de colgarse medallas y lavar la imagen.
R: Eso era marketing.
P: ‘Marketing’ para usted, los jueces Garzón y Pérez Mariño, que fueron incluidos en las listas.
R: En mi caso, además, me dijeron que era por ser mujer. Y en eso también tenía mis dudas, porque metiendo a muchas mujeres en las listas se da un cambio cuantitativo, pero no necesariamente cualitativo. Marketing, como digo. ¿Que si me sentí utilizada? Hasta cierto punto, pero también sentía que algo podía ­hacer y beneficiarme de la experiencia.
P: Me imagino que también entraba el componente quijotesco de comprobar desde dentro si la cosa podía arreglarse.
R: Bueno, hay muchos políticos honrados, vaya por delante. Lo que se difunde es lo malo, pero no le va a la zaga el sector financiero, por ejemplo, que ha tenido comportamientos más reprobables.
P: Hablando de lo quijotesco, usted está casada con Francisco Rico, académico, gran experto en la obra de Cervantes y personaje literario recurrente en la obra de Javier Marías, por ejemplo. ¿Le retiró el saludo después del retrato que hizo de él en su novela ‘Los enamoramientos’? ¿Se hablan? Queda como el más listo de la clase.
R: Sííí… Son muy amigos. Ahí entra la broma, la ironía, la ficción, que lo permite todo. Pero es un retrato que tiene rasgos suyos, aunque no deja de ser una caricatura.
P: ¿Difunden más el arte los patrones éticos que la filosofía?
R: Sí, no solo la literatura, también el cine es muy poderoso a la hora de hacerlo. Además resaltan el componente emotivo, que es fundamental en la ética. Los sentimientos son fundamentales a la hora de entenderlo, tanto como la razón. Un tratado filosófico puede ser muy sabio y dejarte muy frío y, en cambio, una buena película o una gran novela llegan mucho más.
P: ¿Qué destaca más en la búsqueda de una ética individual: la razón, la virtud o la voluntad?
R: La voluntad es fundamental y se dice poco. Kant decía que lo único bueno es una buena voluntad, la voluntad de hacer las cosas bien. Ese es el gran imperativo categórico.
P: En el fondo, el imperativo categórico kantiano ¿puede ser un dogma laico?
R: No tanto, las fórmulas del imperativo categórico asumen que solo puede ser justo lo que querrías que fuera bueno para todo el mundo. Es lógica pura.
P: Es un porque sí, sin miedo a castigos divinos, pero un dogma efectivo, laico y efectivo.
R: Son claves que nos remiten a Confucio: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti; es la regla de oro hasta Kant. Pura lógica.
P: Hasta que llega Schopenhauer y nos dice que ni siquiera el ser humano es libre de querer lo que quiere.
R: Ahí nos metemos en un problema filosófico que somos incapaces de resolver. Pero a mí me atrae más lo pragmático, aunque los filósofos nos perdemos, me atrae más Kant cuando asegura: “No sabemos si somos libres, pero creemos que lo somos y eso nos convierte en responsables”.

A la ética por el lenguaje

Victoria Camps (Barcelona, 1941) se doctoró en Filosofía por la Universidad de Barcelona y llegó a la ética tras concluir que la filosofía del lenguaje, su primera opción, le ofrecía menos posibilidades de desarrollar su pensamiento. Pero también ha tenido tiempo de aplicar a la vida colectiva algunas de aquellas recetas que daba en su libro ‘Virtudes públicas’, premio Espasa de Ensayo en 1990. Fue senadora por el PSC y tras su paso por la política ha recibido más reconocimientos, como el Premio Internacional Menéndez Pelayo en 2008 o el Nacional de Ensayo en 2012 por su obra ‘El gobierno de las emociones’.

Participó en el comité de sabios para la reforma de la televisión pública, así como en otros foros sobre bioética o temas relacionados con la medicina y es miembro de la Fundación Grifols.
P: Pero decir pragmático da miedo. Quienes más se acercan a eso en su libro son Hobbes y Maquiavelo, con su crudeza.
R: Ellos aplican la racionalidad más instrumental. No importan las razones que nos llevan a formar los Estados; lo importante es que tienen que existir, aunque sea por miedo. Muy utilitario.
P: Otra frase suya: “La felicidad implica resignación”. ¿En serio?
R: Bueno, esa es la ética estoica. Tocan los problemas reales, hablan de la muerte, del dolor y cómo comportarse ante ello. Al final lo aceptan y proponen casi ser insensibles al asunto, más que cambiarlo. Asumen que hay cosas que no se pueden transformar y que es mejor que no nos afecten. Es una forma de verlo, pero esa frase, dicha por mí, ahora no la reconozco tanto.
P: En los años noventa declaraba usted esto.
R: Vale. Llegué a decir una vez que la ética era incompatible con la política, y eso me lo han recordado tantas veces…
P: Bueno, la frase anterior tiene gran parte de verdad: la felicidad implica renuncia.
R: La posibilidad de desear es infinita y no podemos satisfacer todo lo que anhelamos; en ese aspecto debemos saber renunciar porque identificar la felicidad con la satisfacción de los deseos no es lo mismo que identificarla con la satisfacción de las necesidades. Esta última es básica; la otra nos puede llevar a la ansiedad, que es una cosa muy moderna y que se medicaliza. Pero al final no podemos identificar la felicidad con una pastilla, ¿no cree?
P: Obvio. Aunque su libro puede serlo.
R: Bue­­no, requiere entendimiento, un esfuerzo distinto a tomarse una pastilla.
P: Eso serían los efectos secundarios. ¿La ética es laica, y la moral, religiosa?
R: En parte, esa distinción es justa. En filosofía decimos que la ética es la reflexión sobre la moral. Va más allá, intenta buscar puntos comunes, cómo se fundamentan, si pueden ser universales o no las morales. La ética se mueve entre los grandes conceptos, qué significan y qué aplicaciones prácticas tienen.
P: Así como el máximo objetivo de una religión es la invención de una moral, ¿la gran aspiración de la filosofía pasa por la invención de una ética?
R: No, no en el mismo sentido. En todo caso establece criterios. Por ejemplo, John Rawls, gran teórico de la socialdemocracia, habla de justicia –es incluso más concreto, justicia redistributiva–, y ahí entra en la política, pero no entra en un código.
P: ¿Su ética nació cuando su madre empezó a regalarle libros?
R: Mi primer libro fue un cómic y me lo regalaron en el colegio, el Sagrado Corazón, como un premio. Se titulaba No más caprichos.
P: ¡Qué ético!
R: Pues sí, era un libro apaisado, que me leía mi madre y te asustabas muchísimo porque en cuanto la niña protagonista se ponía caprichosa, aparecía un demonio. Lo estoy viendo. Los caprichos eran desobedecer, no querer comer, cosas triviales. Pero también me encantaban los libros de Celia, un personaje, si no caprichoso, rebelde. En el colegio nos recomendaban no leerlo. No estaba en la biblioteca. Recuerdo que había libros del padre Finn y clásicos adaptados. Nosotros tuvimos una educación muy moralista, luego en la universidad tuve un mal profesor de ética. Alcorta se llamaba, un cura, un tomista que no estaba a la altura. Mi maestro fue Aranguren, a distancia porque no me dio clase nunca, pero fundamental. Yo iba a dedicarme a la filosofía del lenguaje: una rama que analizaba el análisis del lenguaje moral que me fue llevando a la ética propiamente dicha.